viernes, 5 de agosto de 2016

LA HISTORIA DEL AUTISMO

LA HISTORIA DEL AUTISMO

DONALD T. EL PRIMER PACIENTE CON AUTISMO
Leo Kanner, el psiquiatra infantil que diagnosticó por primera vez el autismo. Kanner. Ahí donde otros veían sólo simples síntomas relacionados con una posible esquizofrenia, el médico supo apreciar características diferenciales de los niños que recibía. Entre ellos se encontraba Donald T., el paciente cero del autismo. "Consideraba a cada paciente como una persona que debía ser entendida frente a su complejidad biológica y social", describe una investigadora sobre el perfil humanista del psiquiatra.


Donald T. fue el primero, pero en realidad hubo más. Once jóvenes diferentes, únicos, especiales. Los once de Kanner. Niños cuyos síntomas habían sido confundidos previamente con otros trastornos como la esquizofrenia. Leo Kanner los recibía en su consulta, exploraba el universo que habitaba en sus mentes, observaba intrigado su conducta. Esos rasgos extraños que veía cuando los más pequeños jugaban. Parecían felices cuando estaban solos.

Antes de examinar a Donald, había recibido una larguísima carta de su padre. El psiquiatra leía con asombro en las 33 páginas la detallada y obsesiva descripción de aquel hombre, desesperado por el comportamiento de su hijo de cinco años. "Es más feliz cuando está solo, mientras dibuja en una concha embebido en sus pensamientos, distraído de todo lo que ocurre a su alrededor".Kanner descubrió que los niños parecían desconectados de la realidad exterior
El padre relataba de forma dolorosa el comportamiento de su hijo, empeñado en hacer girar juguetes y mover de un lado a otro su cabeza. Cuando Donald T. acudió por primera vez al hospital, Kanner también apreció que el pequeño hablaba de sí mismo en tercera persona, repitiendo frases y palabras inconexas. El universo que se encendía en su cabeza era más complejo de lo que inicialmente pensaba, algo que Kanner describió como "peculiaridades fascinantes" en el artículo Autistic disturbances of affective contact.
El psiquiatra examinó a Donald T. en 1938. En los años posteriores, la correspondencia entre la familia y Kanner se mantuvo, al igual que los exámenes médicos. El niño era capaz de leer, memorizar palabras e incluso aprendió a tocar algunas notas al piano. Era evidente que no padecía un retraso mental, sino que su cerebro parecía desconectado de todo lo que sucedía a su alrededor.
Donald Triplett, el paciente cero del autismo, durante su adolescencia
Cuatro años después, Leo Kanner observaba el comportamiento de Frederick. La conducta antisocial que el médico había percibido en Donald se repetía. "No quiere jugar con las cosas normales con las que otros niños juegan", explicaba su madre. Ignoraba por completo a los invitados que acudían a su casa, y sin embargo, mostraba un inmenso terror a los ascensores. Algo similar a lo que padecía Richard con sólo tres años. Inteligente y curioso a partes iguales, sus padres veían atemorizados como el niño era incapaz de comunicarse con nadie. No es que no pudiera. Es que tampoco parecía importarle.
Lo mismo le ocurría a Paul, Barbara, Virginia, Herbert, Alfred, Charles, John, Elaine. Niños que gozaban de buena salud, tranquilos, calmados y en los que, sin embargo, algo fallaba. En su famoso artículo, Kanner rechaza la descripción otorgada por otros médicos de 'idiotas' o 'retrasados mentales'. No, no lo eran. El psiquiatra sospechaba que aquellos once jóvenes compartían un mismo síndrome autista, que hacía que se encerraran en su pequeño caparazón. Atrapados por su propia mente, pueden permanecer horas, días, semanas sin distraerse con lo que ocurre a su alrededor. Como si las personas que tuvieran al lado no existieran.
Entre las décadas de los cuarenta y los sesenta, el médico recibió en su consulta a muchos más niños. Las notas que recogió fueron resumidas en el artículo de 1943, en el que el médico tomó prestado el concepto 'autista' del psiquiatra suizo Eugen Bleuler. Los jóvenes se caracterizaban por presentar comportamientos repetitivos en los que mostraban su carácter introvertido, rayando lo antisocial, con importantes problemas de lenguaje.El autismo tiene un origen genético, no está relacionado con la conocida como frialdad afectiva
En todos los casos, los síntomas eran los mismos. Kanner, en un primer momento, describió su conducta como 'fría'. Esta aparente ausencia de calor humano hizo que la sociedad no entendiera qué era el autismo. En 1967, el escritor Bruno Bettelheim publicóThe empty fortress, un libro que popularizó la teoría -incorrecta- de la frialdad afectiva. Según este psicólogo, los niños autistas parecían 'congelados', interpretando erróneamente el origen del autismo.
De nada sirvió que Leo Kanner escribiera años después diversas publicaciones en contra de la hipótesis de la frialdad afectiva. El psiquiatra condenaba la terrible acusación que Bettelheim había vertido sobre las madres de aquellos niños, a las que culpaba de su trastorno. Pero el daño ya estaba hecho. Durante aquellas décadas, muchos jóvenes con autismo fueron sometidos a vejaciones con la tristemente famosa terapia del electroshock. Otros neuropsiquiatras, como Lauretta Bender, decidieron probar tratamientos alternativos, llegando a administrar LSD a los más pequeños. Y es que no hay nada más cruel que culpar a la familia de los problemas médicos de un niño.

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